Wilfredo Perez Serna
Nació el día 12 de abril de 1968, desapareció el día 16 de mayo de 1998
(hijo, hermano, padre, esposo y amigo)
Testimonio de sus familiares:[1]
Doña María Ofelia (madre):
Nació y yo me impresioné mucho: era un niño muy hermoso, pero muy blanco. No entendíamos por qué… el papá es bastante moreno, casi negro, y yo pues soy bien morena. ¿De dónde salió tan blanco? Me preguntaba, ¡Y es que era demasiado blanco! Todo lo tenía blanco, su piel, su cabello, sus pestañitas, todo… luego, los médicos nos explicaron de qué se trataba: mi hijo tenía albinismo, condición genética en la que la persona carece de pigmentación en su piel, cabello y ojos. No era grave, pero sí implicaba mayores cuidados, por ejemplo, siempre fue muy delicado con el sol ¡Ay, sí que sufrió con su piel!...
Pero bueno, en todo caso, siempre fue un muchacho muy especial, desde que nació. La familia y los amigos le decíamos ‘mono’.
Hizo su primera comunión y, desde entonces, se volvió catequista de la parroquia, colaborador de los curas de la zona, los cuales pueden dar fe de la calidad humana de mi hijo. Él no era cura pero los niños del barrio le decían “el padre de la barba blanca”. Era el más colaborador, a mí no hubo un día de su vida que no me llamara para saber cómo estaba, qué necesitaba, o cómo me había ido ese día… fue un ser excepcional, definitivamente un ser maravilloso, como hijo, como padre y como esposo. Era muy entregado y servicial. Cuando me lo desaparecieron trabajaba con la alcaldía en un proyecto de complemento alimenticio para los niños en las escuelas.
Para mi cumpleaños número 48, mis hijos me hicieron algo muy especial. Yo llegué de trabajar ese día como a las 9:00 pm y vi todo apagado y me pareció muy raro. Cuando abrí la puerta estaban todos a oscuras y escondidos para darme la sorpresa… me tenían hasta mariachis. Estaban todos mis hijos, pero la fiesta la había preparado, más que todo, Wilfredo con ayuda de sus hermanos. También tocó la flauta, tan alegre, ¡hermosísimo! Ese cumpleaños fue muy bonito, con todos mis hijos a mi lado ¿Qué más podía pedir?
Vivencia de los hechos:
Ese 16 de mayo, hombres armados incursionaron violentamente en la Comuna 7 e iniciaron un siniestro recorrido por algunos barrios. Mi hijo era el dueño de un local de canchas de tejo del barrio ‘La Campiña’ y, en ese preciso momento, allí se estaba realizando un campeonato interno. Yo no estaba allí, pero me contaron cómo fue…
A mi hijo le pidieron que apagara la música y él la apagó, luego le ordenaron a todas las personas que se tiraran al suelo, empezaron a golpearlas e insultarlas y, como mi hijo detestaba las injusticias, les gritó “¡Señores, tengan compasión de las personas!” Y pues, ahí ya le cogieron bronca… le gritaron “¡Cállese, mono cabrón!”. Cuando se estaban retirando le ordenaron a las personas que no se levantaran del suelo hasta que ellos se hubieran ido. Por lo que me contaron, Wilfredo se levantó del suelo, los hombres regresaron, lo maltrataron, le rompieron sus lentecitos y se lo llevaron. A mí eso me pesa tanto, él estaba casi cieguito. Me daba una angustia imaginarlo por allá en el monte, debajo del sol y sin sus lentes, y su sufrimiento, en serio que eso sí que me duele. Por suerte, o por cosa de Dios, ese día Wilfredo andaba con Yamel, su esposa, pero ella se había ido unos minutos antes a traerle una camiseta y cuando regresó con la camiseta pues ya había ocurrido todo. Junto con él también se llevaron a otro muchacho, a éste porque tenía el pelo largo, pero antes se lo cortaron a machetazos…
También me imagino que él, como padre, sufrió cada uno de esos minutos, pensando en Carlitos, su hijo. A mi nieto también le dio muy duro, se metía debajo de la mesa y no quería comer… luego, olvidó todo eso, quizá como un modo de protegerse.
Su hermano Gustavo, mi hijo, se accidentó un poco más de dos años después de la desaparición de Wilfredo. Lo que me queda de mis dos hijos son solo cosas buenas, en serio, sinceramente, mis hijos eran dos grandes seres humanos: si mi Wilfredo veía a un anciano o a un niño enfermo se los llevaba al hospital, encontraba la forma de ayudarlos o les conseguía alguna cosa para ayudarlos. Mi Gustavo, en cambio, se iba a trabajar a Boyacá y cuando llegaba traía bultos de plátano y naranjas y ya, desde su casa, le repartía a todo el mundo. Sinceramente, eran grandes personas, eran muy buenos. Lo que le paso a mi Wilfredo es de esas cosas injustas de la vida…
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[1] Véase en Véase capítulo Wilfredo Perez Serna. (2008) Sin volver ni haberse ido. A los familiares de las víctimas luego de 10 años de dolor, espera e impunidad.