Edgar Sierra
El calor se ha concentrado al interior del salón hasta el punto de producir gotas de sudor que se deslizan apaciblemente por el rostro de cada uno de los estudiantes. En ocasiones, las hojas de los cuadernos se han visto salpicadas por el sudor, mientras Edgarito, muy responsable por cierto, registra los apuntes que a su juicio, son valiosos. La jornada escolar se extiende hasta las once de la mañana; el reloj del salón muestra a los resistentes estudiantes que son las diez con cincuenta y cinco minutos, pero justo en esos cinco minutos restantes, el tiempo se nota fatigado. Ahora, las palabras de la maestra, que al comenzar la mañana retumbaban impecablemente, no son más que un espantoso balbuceo provocado por la usual mezcla del agobio colectivo y el aire sofocante. Finalmente, aquel ambiente austero fue interrumpido por el reconfortante bullicio del timbre de la escuela, el cual avisaba que por fin la jornada había terminado.
